Rayar los baños públicos

Por Jesús Rodríguez (chucho_rodriguez@yahoo.com)

Más allá del placer masculino de rascarse un testículo en la mañana, se encuentra el de rayar las paredes de los baños públicos. Y recalco «públicos» porque la acepción no se remite solamente a los cubículos sanitarios de bares, universidades, liceos y hemerotecas. Para el ser humano, un baño «público» es todo aquel que no sea el de su casa. Es decir, el señor X es un homo sapiens al que le duele en el alma tener que lidiar con el mal olor del baño de su propia casa, así que se esmera por mantenerlo limpio, pero si de orinar o defecar en otro lado se trata, su imaginación y sus dedos no soportan el impulso innato de expresarse a través de las paredes que celosamente resguardan la poceta que no tendrá que limpiar su mamá.

No publicaré aquí las frases obscenas con tendencias homosexuales que se suelen encontrar, ni describiré lascivas escenas de penes gigantes que violan traseros (o vaginas) con extraño rencor, mucho menos hablaré de las expresiones artístico-filosóficas de nalgas desoladas, ya que todos los elementos relativos al sexo que se plasman en una pared o puerta de un baño público son sólo reflejos de lo que usted le de la gana que sean. Si quiere pensar que son freudianos deseos reprimidos de un macho machote que se controla a todas las niñas, pero que en realidad lo que su cuerpo y esfínter reclaman es un buen soplido de nuca mientras él muerde la almohada… eso es cosa suya. Lo cierto es que la mixtura entre el claustro, la soledad, el temor a ser descubierto y la privacidad en posición fetal producen una de las más curiosas manifestaciones del hombre: Darle luz a sus pensamientos oscuros mientras va lacerando el bien ajeno.

El placer del sujeto irá aumentando proporcionalmente con la reacción que cause en el colectivo. Me explico: si usted, amigo, entra silbandito al baño de su universidad, le apunta concentrado al retrete y luego se percata de «todas las mujeres son putas, menos mi mamá y mi hermana»… no hará más que sonreír ante la ociosidad ajena mientras, en su descuido, va salpicando el suelo y la tapa de la poceta. Saldrá de ahí con el mismo vacío existencial que le acompañó al entrar. Por otra parte, si usted, amigo, entra silbandito al baño de su universidad, le apunta concentrado al retrete y ahora se percata de que alguien ha talado un número telefónico en la pintura desvencijada, acompañado de una nota donde ofrece sexo oral y lo adorna todo con un pene grandote y venoso… su reacción será (de acuerdo a su tendencia sexual y amplitud mental) sonreír ante la ociosidad ajena, igualmente irá salpicando el suelo, la tapa de la poceta y probablemente las últimas gotas le caerán en el pantalón… pero tendrá que desahogarse y decirle al primer conocido que vea, que hay un gay rayando el baño de caballeros o tal vez anote el teléfono. Estas reacciones se van generalizando, el individuo rayador observará escondido cual vouyeurista y se hará más fuerte en la medida del escándalo que se vaya formando. Aún no se ha determinado científicamente cómo el individuo canaliza todo este placer o fuerza que va creciendo en su interior, hay quienes dicen que se masturban, mientras otros especialistas hablan de que comen plastilina mientras ven Locomotion.

Casos de casos que tumban cualquier teoría:

Para que este artículo no carezca de objetividad, lo hemos aderezado con el elemento más eficaz para obtener credibilidad: El Testimonio. Aunque es difícil alcanzar la confianza de un perfecto extraño que sale de un baño subiéndose el cierre, ya que todos los interpelados aseguraron jamás haber rayado un baño público en su vida ni siquiera con la uña del dedo índice, nos encontramos con un «pana» (para los efectos lo llamaremos así) que accedió a contarnos su historia, a confesarnos el placer que le induce el rayar un baño público: «En realidad yo soy burda de creativo y tal. Yo estaba en 5to año, y cuando salimos de Educación Física yo fui el último en cambiarse de ropa en el baño. Estaba sólo en el cuartico ese de la poceta cuando me acordé de una película de Jean Claude Van Damme que había visto el domingo en Radio Caracas, se llamaba «Doble Impacto». El tipo tenía un hermano gemelo y tal… eso no importa, de pana que el título me hizo pensar en dos pipís que le disparaban a la vez a una misma poceta. Entonces los dibujé en la cerámica con un portaminas. Dos pipís y una sola poceta llenándose… ¡Genial, ¿no?!… desde entonces, no pelo un baño. Es como estornudar, ¡sientes un alivio uufff!». (¿¿¿???) El pana se muestra como un tipo normal, de esos que te consigues en cualquier lado de la universidad: blue jean vetusto y una gorrita de cualquier equipo de béisbol en la cabezota. Podrías ser tú… podría ser yo.

Entre a cualquier sanitario, sea usted dama o caballero, y si se consigue con cortos fragmentos de filosofía marxista o con sencillas rencillas de envidia femenina (léase «xxx es una estúpida, sifrina, ridícula») no juzgue a su autor de «freak», sólo habra su mente y descubra un nuevo recoveco del pensamiento humano que potencialmente yace en usted.